viernes, 18 de diciembre de 2009

Sangrante aurícula izquierda

El sombrío lugar es envuelto por la corta falda del silencio, solo salpicada por el sonido de una acelerada respiración, propia del terror contenido. Se divisa entre la niebla, ramas secas y olor a azúfre una débil silueta maniatada. Aquella figura pertenece a una persona, aunque más parezca, por su rostro desfigurado del miedo, un pobre animal esperando ser desollado. El agua salada atrapa su vista e impide que pueda ver los sutiles rayos enviados por el Sol. El olor a putrefacto invade su nariz tantísimo, tanto que el mareo llega al extremo de crear una especie de emesis de diferentes emociones, deseos y miedos. El calvario impulsa a los dientes a morder su labio hasta que la lengua saborea su propia sangre. El marco es agotador, pero cuanto más se retuerce, más se clavan en su esqueleto las afiladas espinas de la incertidumbre. Los recuerdos se incrustan en su cuello y aborven el cálido líquido escondido en el frágil refugio que supone la aorta, degustan hasta la última gota, se relamen con terrible satisfacción y ella, por un momento, se deja llevar por el placer que le producen miles de colmillos entrelazados entre piel, fluídos y dolor. Aunque el organismo no dura demasiado sin la suficiente sangre... Y recae de nuevo.


Derrepente aparecen en la oscuridad dos ojos de color marrón que centran la mirada en su propio cielo nublado. Parece que ha despertado de nuevo. Antes de volver a retorcerse en contra de su carcel se percata, a pesar de la oscuridad, de los cientos de cardenales dibujados en su pálida tez. Lo que, en vez de llenar de agua de mar su mirada y de tierra su polvoriento corazón, provocó fuego en su alma y suficiente aire en los pulmones como para hacerse una promesa: "desde hoy mi sangre no será el alimento de ningún recuerdo, por mucho que dibuje una sonrisa en mi boca rota, si luego es sacudida por el puñetazo de tu absurda ausencia; por mucho que me haga sentir viva, si lo hace matándome. Firma su declaración con su mismo coraje y característico orgullo, virtudes que son más suyas que de cualquier otro ser.

A pesar de las quemaduras que se produzcan en las manos por el roce, seguirá tirando de la zoga hasta tener otra vez en ellas a su sangrante aurícula izquierda.

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