lunes, 22 de febrero de 2010

Bóveda marítima

El mar cierne tantos misterios... solo conocidos por unos pocos, aquellos que no entienden el agua salada, que por más empeño implicado aún siguen siendo de agua dulce. Misterios que tan solo son vistos por los ojos de quien no respira el mismo oxígeno, para quienes la brisa más corriente quema las escamas. ¿Nadar? intentan andar por la blanduzca superficie cristalina, pero quién puede caminar sobre agua... procura lograrlo el que como finalidad tiene la perfección, un total control de litros y litros de lágrimas del cielo. Pero tan solo son un lingote de hierro oxidado hacia la deriva, se hunden, tragan arena... pues el peso de sus almas, de su espíritu calcinado por el aire, pesa más que cualquier roca perdida en la bóveda marítima. No fluyen, no olvidan su equilibrio entre el suave azote de las olas. Estos que no tienen lugar, que envidian la libertad de la gaviota que sobrevuela el pequeño infierno mojado, que no comparten la fluidez de aquellos que flotan en la superficie y que tampoco comprenden a quienes habitan en los lares más profundos. Atraídos por la contracorriente, cuya bella soledad a veces es más suculenta que cualquier multitud absurda. El fulgor de algún faro puede iluminar, pero incluso esto daña a aquellos, puesto que son pobres criaturas en las cuales sus extremidades son pequeñas prolongaciones que no superan el fuerte golpe del viento al chocar con océano, y ni siquiera son capaces de rozar su fuente luminiscente ni el simple segundo que tarda una gota en dividirse, deformarse y unirse en el instante que es golpeada contra el suelo.

lunes, 15 de febrero de 2010

Olvidar que vives

Túmbate sobre el suelo. Ignora el frío tacto de tu espalda desnuda contra este. No escuches, que hasta el máximo silencio sea molesto para tu oídos y vétalo. Desconecta la consciencia. Estáte despierto, pero sin pensar ni tan solo un segundo. Inspira, espira. Aléjate lentamente de la realidad. Ya solo quedas tú.

El sonido de los coches al pasar rasgando el aire, el constante girar de las aspas del ventilador, voces a lo lejos propias de bocas barriobajeras, la suave brisa colándose por una pequeña rendija de la ventana. Todo se convierte en nada, niebla blanquecina rodeando tu cuerpo sin ropa ni ninguna atadura que atrape los poros de tu piel, tendido en una superficie que ya ni tiene forma ni tacto, pues para ti ya no existe. Obtén una pizca de oxígeno y expúlsalo de forma que esta huya y desaparezca de tu ya escasa vista. Miedo al presente, inseguridad debida al pasado y un todavía no lo siento, pero temo sentirlo en un futuro se esfuman consumiéndose al igual que toda la existencia. Tu cuerpo se ha derretido y ha desaparecido, mas ya solo queda la calma, pues ni esta conserva significado en lo que ahora es un templo de aire inexistente.

Que bello es olvidar que vives y que formas parte del caos arremolinado en pensamientos que corren de un lado a otro sin saber a donde dirigirse. Difícil lograrlo cuando oyes en la cercanía, o ya lejanía, como la inmensa masa de realidad aporrea tu puerta con impaciencia. Pero tan fácil simplemente escribirlo y con ello saborear por un instante ápices de no saborear absolutamente nada.

sábado, 13 de febrero de 2010

Utopía nocturna

Una mueca pálida suspira esperando la partida del reencuentro, con la esperanza de comenzar de nuevo. Anoche soñó. El mero hecho de trenzar fantasía con imitada realidad empuja la cabeza a recordar polvorientos entresijos de deseos anteriores, que aguardaban con ojos ansiosos su oportunidad de lograr introducir dulce exquisitez en la médula de la dueña. La miel en los labios, suele decirse. Navega por el inmenso mar de la surrealidad, aprovechando la negligente vigilia de dos ojos dormidos. Ahógate en ficticias posibilidades. Solo quedará la espuma tumbada sobre cálida arena, ensuciándola. La armonía de quien descansa de experiencias pasadas se topa con un simple sueño. Falsa simplicidad es, pues se sellan en la espalda del párpado antiguas ansias y cada vez que se cierran besan el iris con presuntuosidad, atormentando. Agria comparación con la fortuna de aquel momento soñoliento de puras falacias y la insignificante dicha real. Utopía nocturna que embelesa la inconsciencia, que abandonarás. Y encaminarse hacia donde los acontecimientos acuden al presente en contra del antojo.