domingo, 6 de diciembre de 2009

Lluvia ácida

Si el cielo empezara a oscurecerse, la cálida luz del sol muriera, las nubes se enrojecieran y su interior fuera colmado con el más terrible ácido. Probablemente la lluvia ácida resbalaría por mi piel arrasando hasta con el último poro, pero una pequeña sonrisa irónica se dibujaría en mi cara, puesto que el dolor que supondría que mi piel ardiera en segundos es un juego de niños comparado con el que me produce el amargo veneno que corre por mis venas. Cuando el ácido casi me conviertiera en un cadáver andante me preguntaría por qué aún sigo viva, por qué la mayoría de mi sangre esta esparcida en el suelo y aún así sigo consciente de todo, por qué si ni siquiera me quedan cuencas puedo ver con claridad. Llegaría a la conclusión de que debo estar lúcida por alguna razón en concreto... Derrepente vería salir algo de lo que queda de mi cuerpo, algo incorporeo, pero que puede ser visto. No tiene voz, ni siquiera tiene cuerdas vocales, pero sus crueles susurros congelarían lo que se supone que era mi espina dorsal. No tiene ojos, pero su mirada de superioridad se clavaría en mi esqueleto casi descubierto. No tiene boca, pues no tiene ni cara, pero su sonrisa me sonaría familiar.

Después de unos segundos mirándonos, él con prepotencia, yo con miedo, se plantaría a pocos centímentros de mi cara. Su frío aliento habría helado mi piel si en ese entonces aún tuviera. Pero el cuerpo se me helaría por otra razón, al tenerlo en frente de mí lo entendería todo. Él era una prolongación de mi cuerpo, aquella parte de mí, parte lugubre que se escondía en el hueco más oscuro de mis entrañas hasta que vió su oportunidad para escapar. Sabía que había algo lóbrego en mí, como todo ser humano, pero no sabía que pudiera ser tan terrible como para asustarme a mí misma. Más que asustar me estorbaría, me susurraría a cada segundo que soy mala, egoísta, egocéntrica, fría y prepotente. Todo sería más fácil si pudiera ser una simple víctima de la lluvia ácida, pero resulta que yo soy aún mas ácida que esta.

El viento se llevaría mis cenizas; mi sangre solo sería una mancha oscura en el suelo; el olor putrefacto se marcharía poco a poco; restos como dientes y huesos serían ocultados por la misma tierra. Y quizás, solo quizás, vuelva a nacer y ser una persona que adore sentir como sus pulmones se llenan de oxígeno.

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