lunes, 26 de abril de 2010

No abras el telón



El paso sigiloso del disimulo recorre nuestras bocas, el rostro muy pocas veces yerra su cometido y muestra en él dos esferas, donde las palabras son ruido sin importancia. Bajo la calidez de La Luna, la única luz que ilumina nuestro escenario, pesó más en mi pecho la locura del silencio que la cordura expuesta en la labia. En esta obra, se haya un diálogo basado en la obviedad de nuestras mentiras, la cual desvela la evidencia... Y tras la negligencia del translúcido telón se escuchaba una voz:

"¡Cállate, absurdo, y escucha aquel sonido que rema en las plácidas aguas del viento, no es el de la marea el que implora tu atención, sino el de un alma que no rige la razón!"

El grito poco a poco se transformó en ápices del discreto eco que cabalgaba el aire sin que nadie atendiera a su presencia. Entre un público inexistente se respiraba el asombro y la incertidumbre: ¿Fue aquello una improvisación o formaba parte del espectáculo?. Los focos amainaron su fulgor y se tendió sobre los figurantes, nosotros. Así comenzó de nuevo la función. Aquella chica envuelta en un velo, dejando solo ver aquellos ojos, mencionó:

"No descanses en mi lengua, pues ella no repara en lo que siento, sosiega tu espalda en mis párpados, sobre mi mirada... pues delata sin contemplaciones aunque pretenda alejarse de la tuya. Mas no te valdrá de nada, créeme."

Y entre mensajes de papel, sin destinatario aparente, se postra en el interior la verdadera conclusión, el trama de esta obra disfrazada de comedia, mas en sus adentros se encuentra la triste tragedia.

martes, 20 de abril de 2010

¿Recuerdas?


Sensaciones, quizás puedan ser llamadas así, solo sensaciones, percibidas con la delicadeza con el que el vello se endereza de la piel por el impulso de la discreta caricia de un escalofrío. Recuerdos del alma, emociones rezagadas por el tiempo y el inevitable dinamismo con el que se mueven nuestros cielos. A volandas de la suerte inhalan por un instante el breve aroma de la memoria fugitiva prendida del olvido, este que la guía hasta la densa niebla y la hace suya, arrebatándola de nosotros entre la blanquecina aura.

El tránsito entre calles sin estar en ellas, si todavía no te has ido y tu recuerdo ya golpea. Me invaden las aceras y, con ellas, mis lágrimas... no resbalan por mi cara, pero arden en silencio. La tenue luz de aquellos faros, mirándome con mueca mustia, se escurre hasta posarse en mí y el fulgor tendido en mis pestañas se me antoja el reflejo de tu tez. No es tu olor el que concurre por las siluetas de ladrillo, sino esencias que fueron compañía, colándose desde ventanas y alcantarillas, mas ahora me llevan hasta tu ausencia. La melodía que escuchabas, se ha vuelto la mía, diluida con el invisible golpe de mis pies en el encharcado suelo, juro que no fueron mis ojos quienes humedecieron el grisáceo asfalto... La lluvia tropezó con la ciudad y fulminó tu alegre figura, sembrando tu sombra en cada esquina.

sábado, 17 de abril de 2010

No eres acre

Suelta mi mano, leí en la tuya, en aquellos surcos que me miraron como me miras tú, el transcurso de algo que no quise entender y oculté con el índice mi nombre en tu piel.

Un bosque que se hospeda en la boca del estómago.

Ahí está resquebrajando la calma del inerte desierto: ¿el agua de manos de la fresca hierba fluye o es un simple espejismo? Una mancha inexistente de color cristalino flotando en espesa brisa, alargado ya el brazo me percato de mi nada. Dicen que en estos parajes el día nace cálido abrazado al dulce regazo del Sol, pero al postrarse en la liviana superficie la nocturnidad, acude la gran iracundia del frío helando la fina arena que lo cubre.

Tu piel no es acre.

"Me desdibujas", te dije... con el invisible movimiento de mis labios, siendo la muerte de un susurro. Perece cualquier palabra que dicte demasiado, pero nunca las miradas. Si me escondo tras mis párpados, muero, pues tras ellos estás tú.


Pendiente del hilo sucumben mis pies, hacia el abismo de aquel bosque del que os hablé.

...Esfúmate, ahora que todavía permanezco en pie.

viernes, 2 de abril de 2010

El delirio del deseo

Un iris perturbado se abalanza hacia delante con el fugaz abanico del parpadeo, mas su afán se precipita en todo aquello que no tiene y no ha sentido. Por lo cual es vetado de inmensas emociones, esas que encabezan nuevas experiencias, que matan el tiempo el segundo que tu mente da un respiro y agradece vivir lo sucedido. Sí, aquellos veloces acontecimientos, cuyo sonido de ambiente desaparece e introduce en tu cabeza cual relámpago de franqueza la exquisitez que gozas precisamente en ese instante.

El deseo de pisar otro suelo que no sea este, respirar la brisa que acaricia el mar y envuelta en su peculiar fragancia, o tal vez ahogar toda perturbación en el escondrijo más alejado de este paraje. La loca devoción por la lejanía se arruga con el corto de nuestros pies y la largura de la distancia. Y con el sosegado pasado, comparado con un presente atronador y un futuro no mucho más apetecible, parte disparado el antojo de recobrarlo... de retirar el algodón que lo recubre con la ternura de una manos agrietadas y no tan tersas por el tiempo, exiliar el polvo para que brille como antaño. Pero el transcurso egoísta de los días no admite plegarias, la absoluta culminación de su empleo se basa totalmente en ello.

Mas quién no esconde en su interior el amago del amor, este inacabado, con solo el sentido de aquella absurda felicidad del embeleso de una tez ajena, en la cual respirar su esencia embriaga, espirando suspiros e inspirando muerte. Se extiende el brazo como rama seca que se balancea con el remar del viento, un único fin de alcanzar su rostro, como fuente de vida que desprende la corteza de un árbol rebosado de savia y vitalidad, pero la extremidad se contrae y retrocede siendo arrebatada de vehemencia por el miedo o el rechazo. Permanece en una simple quimera entumecida cobijada en el calor de tu pecho. Dime si no hay mayor crueldad en una censura que en esta, que rodea la garganta del alma sin hacerla perecer, pero sin dejar de agarrotarla en un profundo abatimiento.

Pero... ¿y si todo se hallara hacedero? Si la angustia que persiste en nosotros, frustrados por no ser más que limitados en lo que anhelamos, se desdibujara con lo utópico y con la llegada de lo factible, aquel sentimiento del que os hablé, capaz de rozar lo extraordinario, no sería más que vulgar y aburrido. Un continuo tedio que nos rodearía entre bostezos y latidos regulares. Nuestras vidas, el sentido de estas se tiende sobre el delirio del deseo, aún si no lo logramos, encontramos hospicio con la admiración de lo desconocido, el recuerdo y el vivaz aroma del qué más da a que huela, pues a mí me huele a vida, me huele a ti.