miércoles, 30 de diciembre de 2009

Lobo solitario

Las estrellas brillan aún más cuando no hay ninguna luz perturbando el oscuro cielo, lucen su genuina perfección y deslumbran a aquellos ojos que miran desde abajo. Estos, que solo se dedican a observar, son solo intentos fallidos de astro, su luz apenas penetra o parpadea en la amplia bóveda. Y por no tener luz propia para cegar la vista de los demás, están destinados a inundar la suya. Así, el agua salada se va, ella tampoco quiere malgastar tiempo con ellos, y escapa por el recorrido azul hasta tropezar con el suelo, finalmente se funde con él y sus hermanas. El sonido intermitente del frotar de las alas de un grillo se mezcla con el llanto de quien llora por impotencia, quien ve en su noche eterna el destello de lo que desearía ser. El bostezo de una boca que se aburre, el falso arqueo hacia arriba de esta, un gato negro que recorre la acera encharcada de la calle, un sueño que provoca un despertar empapado en lágrimas, indicios de que la soledad deja en el asfalto la mancha de su sombra. Ese que por dentro es perro que huye de la mano del humano por temor a ser estrangulado, seguirá teniendo alma de lobo solitario y ahuyará a aquella que comprende la pesadumbre, taciturna Luna que acaricia desde la lejanía al que ama, mientras la cara oculta llora por no ser correspondida. El que posee una mente simple solo albergará en su interior emociones sencillas, pero un cerebro complicado conlleva sentir cada sentimiento como cemento caliente en la espalda.

lunes, 28 de diciembre de 2009

2010

2005/08
En el tonto tejido rosa que no ocultaba ninguna arruga tras él, se plasmaba una sonrisa sincera y una mirada limpia que no guardaba secretos. Saltos, por encima de pequeñas piedras resguardadas en la corta hierba, con la vitalidad de un alma que empieza a respirar el aire que acaricia las hojas de un nuevo mundo encontrado. No hay ninguna pesadilla acechando el lecho, puesto que los sueños lo acaparan y lo defienden de cualquier amago. Desnudar hasta el último escondite que depara el virginal paraje, el gran objetivo que centra la excitante aventura, sin miedo. El temor ni siquiera había posado sus ojos en el deforme ser recién salido de las profundidades acuáticas, protegidas por el dulce abrazo de la pura inocencia. Aún así, su corta melena seguía mojada por esta.

Un apartado escondrijo se divisaba en la distancia, invitaba inofensivo a adentrarse en él. Tan atractiva era la idea de revelar ese desconocido lugar que la curiosidad burló a las dudas, y los torpes pies caminaron hacia él. Hasta el rincón más apartado de este fascinaba al absurdo y simple corazón de la pequeña criatura, los latidos seguían una pegadiza melodía de confianza, el aire era pulcro y vivaz en sus pulmones, su espíritu era embriagado por la exquisita, pero nociva, infusión impulsada hacia su garganta, desbordada por la comisura de sus labios y rescatada por la impaciente lengua.


2009/10

Los sollozos salidos de la temblorosa boca rebotan en el dorso de cada montaña. Toda lágrima que escapaba por el rosado lagrimal caía hacia el vacío, misma suerte que podía correr también su dueña. Todo bajo la triste mirada de un cielo color ceniza. De cenizas se habían transformado sus adentros, lo restos de una felicidad difusa incendiada por el fuego con el que jugó sin cautela. Recuerdos, miedos y complejos se enredan en su ya larga y seca melena. Se convirtió en cristal, no por su transparencia, sino por su estúpida fragilidad, ya que la opaca cortina cubierta de falsedad y disimulo envolvía tanto como adornaba su atormentado y débil interior.

Estaba ahí, al filo de un acantilado, inmóvil... Y entre susurros alzó la voz: " Aprendí a ser feliz, mediante palabras... solo palabras, pero estas son tan ligeras que huyen con el aire y llegan a ser afiladas hasta el extremo de rasgar tus entrañas como si fueran una fina tela. Ahora, que la felicidad y el amor son solo una estúpida leyenda urbana, imploro al viento que no envie ninguna bocanada de aliento hacia a mí... Pues hace que me columpie aún más en el borde. Sé que hay posibilidades de aprender a mecerme como una hoja tumbada sobre una cama de suspiros, pero aún más de que mi cráneo choque con el duro suelo mientras grito y maldigo mil lamentos a mi suerte"

viernes, 18 de diciembre de 2009

Sangrante aurícula izquierda

El sombrío lugar es envuelto por la corta falda del silencio, solo salpicada por el sonido de una acelerada respiración, propia del terror contenido. Se divisa entre la niebla, ramas secas y olor a azúfre una débil silueta maniatada. Aquella figura pertenece a una persona, aunque más parezca, por su rostro desfigurado del miedo, un pobre animal esperando ser desollado. El agua salada atrapa su vista e impide que pueda ver los sutiles rayos enviados por el Sol. El olor a putrefacto invade su nariz tantísimo, tanto que el mareo llega al extremo de crear una especie de emesis de diferentes emociones, deseos y miedos. El calvario impulsa a los dientes a morder su labio hasta que la lengua saborea su propia sangre. El marco es agotador, pero cuanto más se retuerce, más se clavan en su esqueleto las afiladas espinas de la incertidumbre. Los recuerdos se incrustan en su cuello y aborven el cálido líquido escondido en el frágil refugio que supone la aorta, degustan hasta la última gota, se relamen con terrible satisfacción y ella, por un momento, se deja llevar por el placer que le producen miles de colmillos entrelazados entre piel, fluídos y dolor. Aunque el organismo no dura demasiado sin la suficiente sangre... Y recae de nuevo.


Derrepente aparecen en la oscuridad dos ojos de color marrón que centran la mirada en su propio cielo nublado. Parece que ha despertado de nuevo. Antes de volver a retorcerse en contra de su carcel se percata, a pesar de la oscuridad, de los cientos de cardenales dibujados en su pálida tez. Lo que, en vez de llenar de agua de mar su mirada y de tierra su polvoriento corazón, provocó fuego en su alma y suficiente aire en los pulmones como para hacerse una promesa: "desde hoy mi sangre no será el alimento de ningún recuerdo, por mucho que dibuje una sonrisa en mi boca rota, si luego es sacudida por el puñetazo de tu absurda ausencia; por mucho que me haga sentir viva, si lo hace matándome. Firma su declaración con su mismo coraje y característico orgullo, virtudes que son más suyas que de cualquier otro ser.

A pesar de las quemaduras que se produzcan en las manos por el roce, seguirá tirando de la zoga hasta tener otra vez en ellas a su sangrante aurícula izquierda.

martes, 8 de diciembre de 2009

Habitación 193

Hasta el estúpido espejo del armario de la habitación 193 se ha olvidado de como era su rostro antes de ser cubierto de lodo. Ahora solo muestra la silueta taciturna de una yonqui, que en el césped del parque busca colillas que sepan a ti. Las paredes se estrechan cada vez más, cuando el mono retuerce su cuello y patea su estómago. Pasea por inercia por los pasillos del centro de desintoxicación preguntándose si algún día podrá salir de ahí. En la estructura blanca retumba tu eco hasta el extremo de rozar la demencia. En la esquina más oscura descansa su espalda y abraza sus rodillas, se lamenta por haber sido tan tonta, debería haber huido de aquella sensación enfermiza que le daba tanto mientras le quitaba la vida en silencio. Aquel vicio le había llevado a estar ahí agachada, sin nada más que hacer que no sea poner nombre a cada una de sus lágrimas.

Se asoma a la ventana y ve a una panda de niños jugando, ella también quiere jugar con los demás, pero está ahí castigada por haber preferido el fuego antes que una absurda pelota. Sube su mirada y se centra en el Sol. Maldito Sol, parece que siempre está sonriendo el muy presuntuoso, siempre tan deslumbrante... Ella solía ser así, o eso cree recordar, la verdad es que los recuerdos antes del proceso de desintoxicación se nublan por momentos. Se había olvidado de tanto... No solo de recuerdos, sino también de ciertas emociones. Está tan vetada después de todo lo ocurrido. Es un templo de hielo en pleno desierto. Y aún así, después de tanta desidia hacia ella, sigue deseando consumir. Sigue deseando morir de sobredosis, "no hay muerte más dulce que esa" se repite una y otra vez. No hay nada más bello para ella que la exquisita agonía de su garganta ahogada en el más delicioso brebaje, qué más da morir, si mueres con la lengua envuelta en el placentero sabor de tu narcótico favorito. Su piel se eriza solo de pensar en el roze de sus dedos contra el papel de aluminio.

Sí la vida es una muerte continua. Cuando sus pulmones expulsan el aire, espera impaciente que la intermitente muerte dure para siempre, pero sus ilusiones se desvanecen cuando los muy idiotas vuelven a introducir oxígeno en ellos. El corazón no deja de gritar en forma de latidos, solo para restregarle que aún sigue viva.

Derrepente despierta de su improvisado sueño, fija los ojos en la puerta blanca de su cuarto y lee, como tantas otra veces, el letrero con el número 193, donde primero te matan y quizás algún día te revivan. Solo quizás... Dependiendo del destino. Dependiendo de ella

domingo, 6 de diciembre de 2009

Lluvia ácida

Si el cielo empezara a oscurecerse, la cálida luz del sol muriera, las nubes se enrojecieran y su interior fuera colmado con el más terrible ácido. Probablemente la lluvia ácida resbalaría por mi piel arrasando hasta con el último poro, pero una pequeña sonrisa irónica se dibujaría en mi cara, puesto que el dolor que supondría que mi piel ardiera en segundos es un juego de niños comparado con el que me produce el amargo veneno que corre por mis venas. Cuando el ácido casi me conviertiera en un cadáver andante me preguntaría por qué aún sigo viva, por qué la mayoría de mi sangre esta esparcida en el suelo y aún así sigo consciente de todo, por qué si ni siquiera me quedan cuencas puedo ver con claridad. Llegaría a la conclusión de que debo estar lúcida por alguna razón en concreto... Derrepente vería salir algo de lo que queda de mi cuerpo, algo incorporeo, pero que puede ser visto. No tiene voz, ni siquiera tiene cuerdas vocales, pero sus crueles susurros congelarían lo que se supone que era mi espina dorsal. No tiene ojos, pero su mirada de superioridad se clavaría en mi esqueleto casi descubierto. No tiene boca, pues no tiene ni cara, pero su sonrisa me sonaría familiar.

Después de unos segundos mirándonos, él con prepotencia, yo con miedo, se plantaría a pocos centímentros de mi cara. Su frío aliento habría helado mi piel si en ese entonces aún tuviera. Pero el cuerpo se me helaría por otra razón, al tenerlo en frente de mí lo entendería todo. Él era una prolongación de mi cuerpo, aquella parte de mí, parte lugubre que se escondía en el hueco más oscuro de mis entrañas hasta que vió su oportunidad para escapar. Sabía que había algo lóbrego en mí, como todo ser humano, pero no sabía que pudiera ser tan terrible como para asustarme a mí misma. Más que asustar me estorbaría, me susurraría a cada segundo que soy mala, egoísta, egocéntrica, fría y prepotente. Todo sería más fácil si pudiera ser una simple víctima de la lluvia ácida, pero resulta que yo soy aún mas ácida que esta.

El viento se llevaría mis cenizas; mi sangre solo sería una mancha oscura en el suelo; el olor putrefacto se marcharía poco a poco; restos como dientes y huesos serían ocultados por la misma tierra. Y quizás, solo quizás, vuelva a nacer y ser una persona que adore sentir como sus pulmones se llenan de oxígeno.

sábado, 5 de diciembre de 2009