lunes, 31 de mayo de 2010

Juego de realidad y fantasía.


Se escucha la calma de una respiración. La respiración del bosque, cuya garganta expulsa la suave brisa remando cada hoja que compone su espesura. Ese es el sonido...
El sonido del roce de las sábanas que cubren la piel en un acto de atrevimiento, las aspas del ventilador expulsando malhumorado el aire, el aparente absurdo latido de un codiciado corazón.

Y mientras los pulmones vuelven a renacer en su intermitente muerte se cuela el dulzón olor a hierba mojada. El rocío culminó su labor durante toda la madrugada tropezando en ella, aparentando ser un simple accidente, un pequeño descuido, como el roce de dos bocas o de una mirada tonta. Ese es el olor...
El olor a tabaco por la mañana dibujando breves surcos frente tu hambrienta mirada, el olor a un perfume inevitablemente conocido... da igual que aborde otro cuello. Su imagen se escapa y se introduce en tu recuerdo.

Al alzar la vista los arboles compusieron su propio cielo, creando una bóveda en constante cambio... continuamente dinámica con el impulso del viento. La luz se cuela entre ellos, traviesa, risueña, extrovertida, ilusionada, y propaga su propio suelo. Creando en él a su antojo extraños mosaicos al postrarse la claridad y la sombra. Esta se tiende en las hojas más rezagadas, mancillándolas, cubriéndolas del frío tacto de la ansiedad... donde el brillo del Sol no logra alcanzar.

Mas si se presta un poco de atención, se guarda calma y silencio, se oye desde algún lugar con cierta lejanía el tintineo esperanzador del agua brotando de un riachuelo, ahí donde centenares de destellos se tienden en ella. Así, con ese pequeño murmullo, hasta la oruga más débil emprende su camino, y en su mente la esperanza de lograr su crisálida. El final de esta, la oruga, otorgará un nuevo principio... el de la mariposa.

Hasta el más bello rosal tiene sus espinas, mas estas no son clavadas en las manos de otro; el dolor aflige y arquea la espalda, y estas son alojadas en su propio pecho.

lunes, 24 de mayo de 2010

Aquella niña de ojos tristes



Aquella niña de ojos tristes y radiante sonrisa anda sobre torpes y frágiles pies.
Qué sendero tan extenso alcanza el horizonte, tan pedregoso como la incertidumbre que se cierne sobre él.

Pero... esa niña, me inquieta esa niña... quizás si logro tocar su piel...

Tersa tez, rosada como la vigilia de las nubes que rozan el tesón del Sol. Dulce e inocente mirada que sigue mi mano adormecida por aquel tacto.

Qué referencia tan tenue se percibe de ella... pero aquellos ojos tristes...

Me inquietó aun más el sendero que recorrió sus pupilas, hacia sus rodillas.. que el que se expande ante nosotros.

Qué piecesitos más simpáticos...

Retrocedieron lentamente. Alcé mi brazo, no quise que se alejara, no quise que se asustara...

El cielo se oscureció repentinamente, atronador frente mi atrevimiento rugió y acompañando su eco:

Una gota, dos gotas, tres gotas...

Una inmensidad de gotas tropezando en mi cabello, hombros, rostro...

Qué hedor tan extraño... tan amargo. Qué color tan oscuro el de esta lluvia ¿Es reflejo de este cielo?

No era agua lo que resbalaba sobre mí, más observé a aquella niña, mi niña, y el rosado desapareció. Sustituido por un plateado interrumpido por el marrón. El ácido serpenteaba por cada extremidad y con él se esfumaba como el breve polvo cada poro de su piel. Quedó tan solo una silueta mecánica ante mi atónito gesto.

Un pequeño reloj coronaba su pecho, sin carcasa, agujas ni números... solo engranajes entrelazados, y al compás de su débil movimiento se escuchaba un sonido. Un pulso tan sonoro y vivo como el de un corazón.

¿Qué hora marca tu reloj?

Entreabrió su pequeña boca escapando una tímida voz de sus finos labios:

La hora en la que el desaliento se agazapará en el final.

Solo se me ocurrió torcer una mueca de confusión... y aquella niña de ojos tristes sonrío, descansó su diminuta mano en mi mejilla y susurró:

Deja de mirarte en el espejo... Despídete de mí, tu reflejo. Aquí te esperaré cuando el desaliento se agazape en el final.

sábado, 15 de mayo de 2010

Beau Soir


Aquellas dulces notas danzaban vibrando en el aire, trazando órbitas como en un plácido lago, salpicando de gota en gota hasta mi oído. Desconozco cuál de ellas surcó hasta lograr morir en mi pecho, y el último murmullo de su respiración fue un réquiem para la razón. Acarició mi nuca con su cálido aliento y entrelazó en mis pensamientos aquella incertidumbre. Impregnaba su aroma en mi cuello mientras marchaba... Ahí quedé, tendida sobre mis sábanas envuelta sobre cábalas. Aún intento descubrir quién era, tan fugitiva, tan misteriosa...

Comprendí la similitud, entre la sombra de mi figura sembrada por el reflejo de la luz y aquella melodía que acometía contra mi cordura. Vertía en mi labios la miel de sentirla como si fuera mía, pero sin conocer qué se ocultaba tras ella que no me mostró su razón de ser.

¿Que ocurre bella Melodía?
¿A caso eres tardía a tu corazón?

Sin palabras ni gestos, viví junto a ella solo el roce de un beso incierto...

Debussy hizo en un instante lo que yo llevo haciendo contigo ya hace tiempo.

domingo, 9 de mayo de 2010

El misterio del Eclipse



¿Observas bajo sus pies aquella fría circunferencia, tan sobria y con gesto de solemnidad, rodeada por ese peculiar halo de luz? Cálidas dentelladas que envuelven la gélida superficie de aquel punto negro... Son la Luna y el Sol, encabezando un mismo cielo.

Cuentan los más nostálgicos la leyenda sobre este fenómeno, alegando y entonando melancolía, que va mas allá de teorías científicas o astronómicas, de números o probabilidades. Se cierne un secreto que a muy pocos se les concede el privilegio de conocer... el misterio del Eclipse.

La Luna, mientras nos tendemos sobre el terso regazo del sueño en brazos del silencio de la oscura noche, ella observa desde arriba con gesto taciturno. De acero son sus párpados y no tienden a cerrase. Continuamente abiertos sobre el extenso Universo, fulminados con el destello saliente de las estrellas. Y la más vital de estas, similar a la savia escurrida que repta por la corteza de los árboles o el agua que acaricia las comisuras de unos labios, recibe el nombre del Sol. Tan risueño como su fulgor.

Tan curioso y persuasivo, sin saber por qué entrometido entre las negras sábanas que dan sepultura al día, más tropieza con el tedio de una mirada...

La cara situada frente a él es el policromo reflejo de su incandescente sonrisa. Dicen que esta cara es bella y amena, sus párpados de tierna piel y en su tez no hay hiel ni acre que amargue su gesto. No obstante, su espalda, observada por nuestra anonadada mirada, es pura sombra y cada día se ensombrece más, al sentir en la nuca el sórdido aliento del final.

No hay nada más difícil de borrar que la mancha de una sombra...

Y si hoy está lloviendo, no tiene nada que ver con las nubes. Hoy La Luna expulsa en forma de lluvia los últimos rastrojos de luz que permanecían en ella.