martes, 8 de diciembre de 2009

Habitación 193

Hasta el estúpido espejo del armario de la habitación 193 se ha olvidado de como era su rostro antes de ser cubierto de lodo. Ahora solo muestra la silueta taciturna de una yonqui, que en el césped del parque busca colillas que sepan a ti. Las paredes se estrechan cada vez más, cuando el mono retuerce su cuello y patea su estómago. Pasea por inercia por los pasillos del centro de desintoxicación preguntándose si algún día podrá salir de ahí. En la estructura blanca retumba tu eco hasta el extremo de rozar la demencia. En la esquina más oscura descansa su espalda y abraza sus rodillas, se lamenta por haber sido tan tonta, debería haber huido de aquella sensación enfermiza que le daba tanto mientras le quitaba la vida en silencio. Aquel vicio le había llevado a estar ahí agachada, sin nada más que hacer que no sea poner nombre a cada una de sus lágrimas.

Se asoma a la ventana y ve a una panda de niños jugando, ella también quiere jugar con los demás, pero está ahí castigada por haber preferido el fuego antes que una absurda pelota. Sube su mirada y se centra en el Sol. Maldito Sol, parece que siempre está sonriendo el muy presuntuoso, siempre tan deslumbrante... Ella solía ser así, o eso cree recordar, la verdad es que los recuerdos antes del proceso de desintoxicación se nublan por momentos. Se había olvidado de tanto... No solo de recuerdos, sino también de ciertas emociones. Está tan vetada después de todo lo ocurrido. Es un templo de hielo en pleno desierto. Y aún así, después de tanta desidia hacia ella, sigue deseando consumir. Sigue deseando morir de sobredosis, "no hay muerte más dulce que esa" se repite una y otra vez. No hay nada más bello para ella que la exquisita agonía de su garganta ahogada en el más delicioso brebaje, qué más da morir, si mueres con la lengua envuelta en el placentero sabor de tu narcótico favorito. Su piel se eriza solo de pensar en el roze de sus dedos contra el papel de aluminio.

Sí la vida es una muerte continua. Cuando sus pulmones expulsan el aire, espera impaciente que la intermitente muerte dure para siempre, pero sus ilusiones se desvanecen cuando los muy idiotas vuelven a introducir oxígeno en ellos. El corazón no deja de gritar en forma de latidos, solo para restregarle que aún sigue viva.

Derrepente despierta de su improvisado sueño, fija los ojos en la puerta blanca de su cuarto y lee, como tantas otra veces, el letrero con el número 193, donde primero te matan y quizás algún día te revivan. Solo quizás... Dependiendo del destino. Dependiendo de ella

No hay comentarios:

Publicar un comentario