Los mensajes de papel arden en incienso, desprendiendo el aliento de alguna hoja caduca. Enfurece su tallo maldiciendo el tiempo: el paso de los meses y el frío. No amainará el terrible roce del suelo y el ensordecedor sonido de plegarias, de las almas que ahora vagan solas, en este paraje, donde abunda lo invisible. Va la niebla, el vaho de lo vivido, de lo inhalado... lo que un día fue nuestro, cobijado en pulmones recibiendo el calor propio de la hierba de un rey.
El miedo a caer y ser arrasado por la lava.
Crujen con el pisar bípedo cadáveres que un día fueron fruto de la sabia, siguiendo los pasos de una bestia, cuyas patas abandonan tras ellas un rojizo río de gusto férreo. Escuchaba las plegarias de la joven, pero el añejo lobo, no se detuvo. Quiso no comprender el idioma y se limitó a fijar la mirada en la nada, convencido de que no amparaba razón en la terca estrechez de su cráneo.
-Si no desea oír mis oraciones, callaré... Sé, pues, que lo odiará. Podrá dar a entender que usted no padece la sentencia de mis labios... pero son tan suyos como míos.
Las palabras mencionadas resonaban con aparente ausencia y la sensación de que se negaban a refugiarse en la frialdad del animal. No pestañeó ni un segundo ni torció un instante sus ojos. Era una deidad en la región, respetado y temido, y como tal se comportaba
-No me engaña la falacia de su indiferencia ni de su autoridad. Sí, he temblado con su presencia más de una vez, pero sabe bien que no soy campesinado estúpido. Soy tan usted como usted mismo, en cambio no es ni una milésima de mí.
El añejo frunció el hocico, mas no hizo más nada que eso. Tan solo un gesto que agrietaba la distancia, demostrando que lograba descifrar su lenguaje.
-¿Está usted, señor, seguro que prefiere mi silencio? Si de aquí yo desaparezco, si mi voz se desvanece, ¿qué le quedará?. Cuando destruya la tierra que me vio aparecer, cuando mi sangre sea otro surco más que tan solo usted recordará, cuando la luna le dedique su ira bajo la mirada triste de las estrellas... solo su respiración reinará el aire, y presagio con seguridad que querrá que también esta desaparezca... Ahora, bien, ignórame pues...
Giró su orgulloso cuello con fiereza con el fin de asustar a su futura presa, pero tras él no se encontraba ni una milésima de vida. Observó el follaje carbonizado, el azufre levitando en la fría brisa, el estruendo del rojo postrado en el suelo... Sus cuencas se ensancharon a la vez que la muerte se cernía en el paisaje. Viró hacia delante su cabeza, cuando su asombro fue interrumpido por las palabras de la chica.
-No logrará alcanzarme, conozco con desmesura sus movimientos. Y, ahora, que avista su desastre, es hora de regresar a mí, pequeño. De volver a ser uno. Tan solo eres un cachorro que, asustado y endeble, busca el calor de la soledad. Te refugiaste ya una vez en mi cálido vientre, hijo mío. Volvamos a ser uno...